El fortalecimiento de la función de los agricultores

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Estamos en unos tiempos donde mercancías están circulando por el mundo a una velocidad que jamás nos la pudimos imaginar, dando lugar a un nuevo escenario donde lo remoto es casi más conocido que lo próximo, donde el origen no importa, donde lo lejano se asienta y lo cercano se difumina. Sabemos que la globalización rinde culto a la cultura universal de hábitos de vida y de consumo para sostener una economía sobrepasada en capacidad y además malísima en sostenibilidad y de difícil acceso a la riqueza que genera.

Los que vivimos en las ciudades poco a poco hemos dejado de conocer cuáles son los productos de temporada y cuando compramos algún producto del campo, nos sorprendemos con los buenos sabores que tienen.

Hay gente que se ha apuntado al consumo de productos que vienen directamente del agricultor. Entre otros productos, adquieren verduras de temporada, fruta y más. Los agricultores artesanos elaboran sus productos de una forma constante y cuidada pero no intensiva, lo que conlleva que los alimentos de temporada estén a un precio algo mayor pero con una calidad notablemente superior: los tomates saben a tomates. Ahora bien, presumo que no tendríamos suficiente terreno para cubrir la demanda de alimentos producidos por medios artesanales, dado que el rendimiento de estas explotaciones por metro cuadrado es mucho menor que las más industrializadas.

Desde hace unos años conscientes de tanto problema se están poniendo de moda los Huertos Urbanos, gente que vive en la ciudad planta en un pequeño tiesto en su balcón o azotea, una pequeña tomatera de la que disfrutar de esos buenos tomates naturales. Los que no poseen el espacio obligado y solo disponen de ventanas, están poniendo su “huerto” en las ellas.

La sostenibilidad, la ecoeconomía, la calidad de vida, la diversidad, la solidaridad y otros valores dependen de volver a reconsiderar la forma en la que nos organizamos socialmente y cómo repensamos la gestión de los bienes particulares y colectivos.

Las islas tienen una dimensión reducida, especialmente en relación con las riquezas naturales que albergan y la carga de población y turismo que soportan. La necesidad de protección del territorio no solo afecta a la biodiversidad, sino también a la conservación de un paisaje que constituye una seña de identidad esencial de las Islas y de los isleños, al tiempo que un recurso económico fundamental en Canarias.

La ocupación directa del territorio por la urbanización residencial y las grandes infraestructuras, la combinación del crecimiento demográfico con las modalidades de consumo tan adversas, el pequeño tamaño de las explotaciones, el abandono de los cultivos, se salda con la devastación de lo que pretendemos conservar. Además, hablamos de recursos esenciales para aminorar el cambio climático e impulsar un desarrollo económico, sostenible y generador de empleo.

La ocupación y destrucción de suelo cultivable y el abandono del medio rural acarrean problemas de todo tipo. Por lo tanto, favorecer estrategias agrícolas adecuadas y sostenibles es obligado. La cultura, la agricultura local y las tradiciones deben ser diseñadas desde la proximidad y no desde la distancia o desde lo global.

El fortalecimiento de la función de los agricultores coge fuerza.