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A lo largo de los últimos cinco años, nos hemos acostumbrado a padecer constantes olas de calor durante estos períodos de verano. Recientemente, hemos experimentado tan sólo una de los que los expertos vaticinan para estos meses que se avecinan, llegando a rozar los 40 grados o superándolos, en determinadas ciudades de España y Europa.
Estos fenómenos han reabierto un debate medioambiental que muchos expertos se empeñan en poner sobre la mesa, por los riesgos que supone para nuestra salud y la alerta ecológica que se debe hacer extensible a todas las generaciones. Esta discusión versa sobre la incidencia del cambio climático en estas olas de calor, que cada vez son más frecuentes en dicho período estival.
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Largo y tendido se ha hablado sobre el cambio climático en las últimas fechas, coincidiendo con olas de calor impropias de esta fecha o los movimientos sísmicos que han afectado a zonas como en Nepal, provocando múltiples daños materiales y, especialmente, pérdidas personales irreparables.
Sobre este asunto ha hablado recientemente la secretaria general adjunta de Asuntos humanitarios de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Valerie Ramos, quien relacionó este tipo de fenómenos con las crisis económicas y sociales que está experimentando gran parte de la población mundial.
Ramos recordaba a los presentes el incremento que se ha experimentado de este tipo desastres naturales y la dificultad que supone para estos territorios recuperar la normalidad y abastecer a la población de los recursos necesarios. Esta circunstancia se agrava en zonas ya de por si subdesarrolladas.
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REFLEXIONES SOBRE EL CAMBIO CLIMÁTICO. Nos enfrentamos a la amenaza de graves cambios ambientales globales. No nos queda otra, hay que lograr la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que evite riesgos peligrosos para el planeta.¿De qué estamos hablando? De la economía verde que apunta significativamente a reducir riesgos ambientales y a minimizar la escasez ecológica. Es decir, proyecta un incremento de la demanda de materiales estratégicos, ecoeficientes, de recursos energéticos no asociados a los combustibles fósiles y al cambio del uso desmedido del suelo que afecta al mundo rural, a los montes, bosques, al agua dulce, aire, etc.
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Al oír hablar sobre el calentamiento global, a uno le queda la sensación de que hay que reaccionar pronto o ponemos en peligro el futuro de la Tierra y de la Humanidad, nos afecta y, en consecuencia, nos involucra en la auto-condena del tipo de producción y consumo vigente. También queda la sensación de que no basta que se diga que el calentamiento, ahora irreversible, está producido por los seres humanos, es un mensaje demasiado generalista y esconde a los verdaderos culpables; los hombres y mujeres que formularon, implantaron y globalizaron el modo de consumo, que implica devastación de la naturaleza y una manifiesta falta de solidaridad de las generaciones actuales con las futuras.
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Los problemas medioambientales han irrumpido en nuestra vida de manera inapelable: el cambio climático, el consumo de los recursos naturales, las energías fósiles o la contaminación producida por la actividad humana forman parte del quehacer diario si queremos salvar al Planeta. El hecho es que sólo nos queda disminuir sus niveles, adaptarnos a la nueva situación y mitigar sus efectos para que no sean catastróficos.
Tenemos que esforzarnos para que no prevalezca la insensatez. Cuidar el Planeta es un deber de todos y eso sólo es posible si arrimamos el hombre para disminuir considerablemente lo que le perjudica dado que más que una crisis es algo que todo apunta a que sea irreversible.
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En fechas recientes, varios medios se hacían eco de un estudio de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) el cual analizaba las emisiones de gases de efecto invernadero y su incidencia en el cambio climático. La situación llegaba al extremo de que las estimaciones para 2050 apuntaban a un aumento del 130%, si se continuaba con la línea marcada.
Del mismo modo se señalaba que existían determinados países más concienciados con el planeta y otros que habían descuidado en exceso su política medioambiental. China, Estados Unidos, Brasil, Indonesia y Japón entraban en esta línea negra, seguidos por otros territorios con una elevada tasa de emisiones tales como Rusia, India, Alemania, Australia y Canadá.
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El Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente dio a conocer la Hoja de Ruta para el 2020, con la que se pretende reducir en un 10% las emisiones de sectores tan comunes como el residencial, el transporte o los residuos.
Las 43 medidas incluidas en esta planificación se encaminan hacia una disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero especializadas en sectores en los que ya se ha profundizado como el transporte, mediante el fomento del transporte colectivo y otros modos de movilidad sostenible.
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Es sabido que el sistema imperante en el mundo es consumista y depredador de la naturaleza está llevando a toda la humanidad a una doble sinrazón: ecológica, por haber arrasado la naturaleza, y social, por haber generado una inmensa desigualdad social. Si en este momento quisiéramos generalizar el tipo de consumo de los países ricos a toda la humanidad, necesitaríamos por lo menos tres Tierras.
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Nos acercamos peligrosamente a los límites físicos de la Tierra. Todo apunta a que difícilmente se pueda llevar adelante el proyecto del crecimiento permanente dado que La Tierra no aguanta más y nos vemos forzados a activar cambios.
En el caso de los países ricos, el consumo público y privado exige más energía y un mayor uso de bienes y servicios naturales, un mayor gasto y consumo que en absoluto proyecta la anhelada sostenibilidad. Ya se ha dicho hasta la saciedad que un planeta finito no soporta una formulación de esta enjundia. Veamos:
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Sobre el IPCC. Al detectar el problema del cambio climático mundial, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) crearon el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) en 1988. Se trata de un grupo abierto a todos los Miembros de las Naciones Unidas y de la OMM.
La función del IPCC consiste en analizar, de forma exhaustiva, objetiva, abierta y transparente, la información científica, técnica y socioeconómica relevante para entender los elementos científicos del riesgo que supone el cambio climático provocado por las actividades humanas, sus posibles repercusiones y las posibilidades de adaptación y atenuación del mismo. El IPCC no realiza investigaciones ni controla datos relativos al clima u otros parámetros pertinentes, sino que basa su evaluación principalmente en la literatura científica y técnica revisada por homólogos y publicada.